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Conduce tu coche – Hombres de bien

Hay momentos en los que… leer cierto texto te hace sonreír para tus adentros. Y te recuerda ciertos momentos de tu vida que se pueden ver, en mayor o menor medida, reflejados en esas letras.. una detrás de otra… Hasta los puntos y comas están puestas para darte ese breve recuerdo de felicidad… y por momentos nostalgia.

 

Tenía veintipocos. Conducía descamisado y con las ventanillas bajadas, asfixiado de calor en un Opel Kadett del 79 que le vendieron a mi padre por cien mil pesetas y que luego heredé yo. Parecía que fuera a desmontarse cada vez que me acercaba a 110 por hora. Lo conducía despacio pero feliz, cantando y bailoteando en el asiento. Con ese coche huía de los follones de casa y me volvía a Granada, donde estaba mi novia, mi paz y mi estudio en la Plaza de la Trinidad. Cómo no iba a querer a ese Kadett si me daba la felicidad.

Desde entonces lo he tenido claro. Un hombre debe ser dueño de sus propias coordenadas. Poder plantarse en un sitio cuando hace falta y poder largarse cuándo sobra. O cuando le da la gana.

Para eso vale un coche. Para decidir dónde se come un sábado mirando Google Maps y no el plano de metro. Para volver a casa por Navidad y escaparse cuando los cuñados empiezan a tomar el control. Para hacerse un roadtrip con amigos que acabe como en The Hangover: solazo, deshidratación y "qué coño pasó anoche".

A nadie le deseo yo conocer en la distancia a la que puede ser la mujer de su vida y tener que decirle, por Whatsapp, que es que para el viernes ya no quedan billetes de tren para poder visitarla o que "el vuelo de Ryanair sale demasiado pronto y no me puedo escapar del trabajo", que "lo dejamos para más adelante, para otro finde que venga mejor". A nadie. Porque igual que en el comercio, en la vida hay mucho de location, location, location.

Con un coche sabes que tras un "qué cojones", un Redbull y medio depósito de gasolina puedes plantarte allí a tiempo para la cena. Y si luego no sale como que esperabas, pues vrooom, vrooom y a otra cosa. O a otro sitio.

Subvencionan los vuelos de Ryanair pero gravan con veinte impuestos la gasolina y la conducción. La gente va en avión como ganado y encima aplaude al aterrizar. Viajar hoy es un acto grupal en el que el individuo se disuelve en el grupo touroperado. Por eso nunca ha tenido más sentido quemar neumático a solas. Conducir tu propio coche es un acto de autoafirmación, de individualidad. De "yo soy yo".

Hablo de salirse del trazado del Alvia, de descubrir los recovecos de los mapas. Carreteras regionales, comarcales… De programar el TomTom para que evite autovías y nos de rutas con curvas. Benditos algoritmos.

Conducir también cura las penas. Al volante, velocidad más o menos constante, conduciendo tranquilo, uno rumia las cosas de otra manera, como dedicándoles menos recursos. Y así, despacito, va masticando preocupaciones y acomodando demonios. Todo va colocándose en su sitio. Carretera y manta como receta para la ansiedad.

Hay que hablar más de coches. Lo haremos, seguro. De las marcas, los modelos y las formas de conducir. De preparar el playlist con el mismo cuidado con el que se prepara una ruta. De las liturgias antes de girar la llave del contacto. De conducir con sol y sin capota, con lluvia o con noche cerrada.

Ser más libre. Más dueño de tu vida y tus momentos.

Javier Cañada

 

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